lunes, 6 de julio de 2009

Miedo

Miedo
Por Carlos Ceballos
Pk Luka

Hay una persona que está parada frente a un barandal en el tercer piso de un edificio, es un traceur. Debajo de éste y a unos metros está la azotea en donde debe a aterrizar. Entre el barandal que quiere saltar y donde tiene que caer hay unos dos metros y medio de altura y un metro y medio de longitud. No es un salto muy largo, ni muy alto, pero él sabe perfectamente qué pasará si falla. Si el miedo lo deja paralizado a la mitad del salto y pierde el control de su cuerpo; está en el tercer piso y si cae hasta abajo, hay unos buenos 5 o 6 metros y después… concreto.

No puede fallar, lo sabe, debe jugar a ser perfecto. No puede tener miedo, no puede titubear, no hay espacio para errores.

Siente que las manos le sudan, siente la sangre que su corazón bombea retumbando en sus oídos, las piernas le tiemblan solo un poco y los puños apretados que le duelen. Es la primera vez que va a hacer este salto, y sus ojos clavados en donde debe poner sus manos delatan el pánico que siente. La respiración; constante y profunda. Abre y cierra las manos, mueve el cuerpo, la cabeza, como convenciéndose de hacerlo. Camina hacia el barandal, siente los pasos, piensa con qué pie comenzar, coloca las manos donde deben de ir, agarra el barandal y lo sacude con fuerza, repasando cada parte del movimiento, sintiéndolo.

Se regresa al punto de partida, baja la mirada y cierra los ojos, nervioso. Respira. Su mente se pone en blanco por unos segundos, ha revisado en su cabeza exactamente lo que debe hacer, sabe como caer, como saltar, sabe como amortiguar la caída y sabe que debe de dejar de pensarlo y solamente hacerlo. Lo ha repasado mil veces, lo ha practicado en otros saltos. Sabe que puede hacerlo.

Levanta la cabeza, sus ojos y su expresión han cambiado. Lo que muestran ahora es coraje, se ve como alguien que sabe que lo logrará. De pronto, ya no es él quién controla su cuerpo. Hay algo en él que lo obliga a correr con todo lo que tiene. Le duele el pecho pero no va a detenerse, sus manos ya no sudan, sus piernas ya no tiemblan y cuando salta lo hace como si no pesara nada. No es ningún esfuerzo físico, el esfuerzo ya lo hizo en la mente. Y mientras sus piernas lo impulsan en una explosión de energía él siente un choque casi eléctrico cuando sus pies se despegan del suelo. No hay vuelta atrás y lo sabe.

Sus manos tocan apenas el barandal, exactamente donde debían ir. Aprieta el abdomen y agrupa el cuerpo que debe hacer pasar entre sus brazos. Vuelve a impulsarse del barandal, ahora con sus manos, hacia adelante como un gato. De repente, una breve pausa en la que el universo parece desvanecerse y solamente existen él y su objetivo. Poco a poco siente cómo cae en un ambiente anti gravitatorio, como si estuviera nadando, como si estuviera viendo una película dentro de sus ojos. Son horas la caída de segundos.

Avienta las piernas al sentir el piso que se acerca, preparándose para recibir el impacto. Sus pies apenas tocan el piso y él rueda, disparado hacia adelante para amortiguar la inercia haciendo una diagonal sobre su espalda. El mundo es un remolino de colores mientras recupera el control de su cuerpo que ha sido invadido por quién sabe quién. Sus ojos son otra vez suyos mientras se va levantando del giro, sus pies vuelven a responder a las órdenes de seguir el movimiento.

Está de pie, está completo, está más vivo de lo que jamás había estado. El mundo que había desaparecido en el vuelo reaparece, pero hay un momento en la que el tiempo pareciera detenerse, como para darle un momento de asimilar lo sucedido. Todo va en cámara lenta mientras él se percata de la existencia del mundo que se reescribe, de cómo no puede escuchar nada. Del muting que la película de su vida aún tiene puesto.

De pronto todo vuelve en un rush violento de conciencia que hace que se maree. Atónito voltea a ver el recorrido que acaba de atravesar volando, el espacio vacío que lo separa de donde saltó, los colores del mundo que vuelven a mostrarse en su totalidad. Le tiemblan ahora; la voz, las manos, las rodillas y el alma. Nota a sus amigos que le disfrutan la victoria como si fuera también suya. Una victoria que apenas está comprendiendo. Una sonrisa se dibuja en su expresión mientras se da cuenta de que lo logró. Que ha vencido al miedo, a sus inseguridades, al obstáculo, al concepto de lo posible, a todas las personas que le dijeron que no se podía. Ha roto las barreras que su mente y su contexto le habían erguido. Los bloqueos mentales que no le permitían intentarlo. Le ha ganado al peor de los miedos, el miedo a fracasar. Ese miedo que te dice desde antes que te atrevas a pensarlo que no vas a poder. Que ni siquiera lo pienses.

El traceur al menos en este salto, al menos por hoy, se ha vencido a sí mismo.

3 comentarios:

  1. muy buen escrito, estimado Carlos. se siente mucho de los nervios del personaje antes del salto y la conclusión final es más que excelsa.

    me pregunto, así fue tu primera experiencia parkour? porque los más minúsculos detalles que podrían pasar inadvertidos, le dan más vida al relato y me hacen pensar que así fue o así es cada experiencia parkour (o como se escriba jojo)
    enhorabuena.

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  2. Me da mucho gusto que te guste mi costco!
    Más o menos así es la experiencia de cada vez que haces un salto por primera vez. Ese pararte por primera vez enfrente de un obstaculo y bailar con la idea en tu cabeza; es delicioso. Y si te animas, y lo logras... bueno, pues no hay nada como eso, realmente el escrito se queda muy corto comparado con como realmente se siente...
    quería compartir al menos una parte de esa experiencia, me ga mucho gusto escuchar que te agradó. n_n
    nos vemos pronto ;)

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